jueves, 23 de septiembre de 2010

Estereotipos, medios y narconovelas

(Foto: Cortesía)

Una mujer estereotípica es aquella que sigue todos los lineamientos y patrones que la sociedad la obliga a seguir. De alguna u otra manera, podría decirse que las mujeres se sienten feas, cuando están inconformes con el cuerpo, la ropa, los accesorios o el estilo que un medio de comunicación les dicta.
En este orden de ideas, son las mismas personas las que deben poner límites y saber cuándo están pasando a los extremos y a la exageración mientras intentan buscar la perfección en ellas mimas, una perfección estereotípica que no es más que la uniformidad que, dentro de lo que cabe y guardando algunas distancias, tienen todas las mujeres.
Como es lógico, los estereotipos van de la mano con muchos factores sociales como el económico, el nivel cultural entre otros, es decir, una mujer con un nivel socioeconómico elevado, no sigue los mismos patrones que puede llegar a seguir una mujer que tenga un nivel socioeconómico mucho más deficiente. Primero, porque no tienen los mismos intereses, y segundo la inversión que hacen las mujeres con más posibilidades económicas es mucho mayor que la que hace la mujer más desfavorecida, económicamente hablando.
Por ahí dicen que “no hay mujer fea sino mal arreglada”, y la mujer venezolana probablemente se ha tomado muy a pecho esta frase. Cada día son más mujeres que piensan que el hecho de aumentarse los senos a tallas exageradamente grandes o tener una cinturita de avispa, es sinónimo de felicidad.
Pero no sólo en Venezuela, “el país de las mujeres bellas”, ocurre esta misma situación. Es preocupante ver que en países latinoamericanos, europeos o asiáticos, las mujeres buscan invadirse por una supuesta perfección que a muchas las ha llevado hasta a la muerte. En Argentina, por ejemplo, existe una chica que se ha sometido a 35 operaciones, esto salió al aire en el programa Tabú Latinoamérica “Belleza Extrema” que transmitió el canal NatGeo el pasado domingo 19 de septiembre de 2010.
La mayoría han corrido con suerte y sus respectivas operaciones han sido todo un éxito, pero otras han quedado deformes, inconformes y hasta muertas, algunas por no medir las consecuencias de sus actos y otras por no contar con los especialistas indicados. Los estereotipos pueden marcar la vida de muchas personas que por seguir un patrón social, se dejan llevar a veces hasta puntos incontrolables.
Muchos padres alegan que deben tener cuidado con lo que ven sus hijos tanto en la televisión como en internet, porque son cada vez más osadas las cosas que este tipo de medios muestra. Sin embargo, otros creen que pese a que los estereotipos sociales son bastante influyentes, sobre todo en los niños, la educación en casa es la que hace que estos tengan valores bien arraigados a su personalidad.
Mujeres maltratadas, desesperadas por conseguir dinero y buscando lo que quieren a como dé lugar, son algunos de los personajes que presentan los autores en las llamadas narco novelas, en donde el sexo, el maltrato, la droga y el narcotráfico son el tema central de este tipo de telenovelas que actualmente están subiendo el raiting de los medios audiovisuales en Venezuela y en muchas partes del mundo.
Las narco novelas no son más que el reflejo exagerado de un sector de la población, en su mayoría colombiana o mexicana, que se beneficia y se mueve bajo la sombra del tráfico de drogas, una práctica que cada día se hace más peligrosas para los que se involucran en ese mundo de muertes violentas, enriquecimiento ilícito y manipulación. 

Soledad que invade

(Foto: Cortesía)
Es increíble cómo las personas se derrumban cada vez que ven sus planes rodar por el piso aunque luego se den cuenta que lo mejor es lo que pasa. Lo que tiene más valor en estos casos, es la valentía con la que debemos asumir los problemas que se nos presentan a lo largo de nuestras felices, lamentables, agradables o tristes vidas.
Por ahí dicen que tenemos que ser del tamaño del reto que tengamos en frente, pero muchas veces cumplir a cabalidad con esta teoría nos resulta difícil. Lo importante es saber que todo tiene solución y que mientras más claridad tengamos, más fortaleza poseeremos para resolver algunas situaciones.
Hace unos días una amiga me comentaba que se sentía muy mal por la soledad en la que vive, por lo que pensé, ¿si nacemos solos por qué nos molesta tanto el hecho de no contar con una compañía las 24 horas del día?, bueno quizás las 24 horas sea una exageración, pero sí queremos estar acompañados gran parte del día.
En mi caso, soy de las que habla con las demás personas hasta en la cola del banco, no me gusta la soledad y lo peor de todo es que nací con la peor desventaja con la que puede nacer una persona que odia estar sola: ser hija única.
Gracias a eso, me ha tocado aprender de muchas maneras que no siempre puedes contar con todo el mundo y que además, los amigos realmente se cuentan con una sola mano. No todas las personas que te rodean están contigo para ser amigos para siempre, eso sí, absolutamente todos están ahí para dejarte una enseñanza, presentarte un reto o simplemente dejar huella con una simple sonrisa.
La soledad es muy popular en las sociedades y además ha sido un tema muy frecuente para algunos cantautores que, como Gilberto Santa Rosa, han decidido dedicarles sus canciones. Debido a que no puedo cuantificar la popularidad de la misma, me dispuse a buscar en Google la palabra “soledad”, para saber en números, cuántos resultados arrojaba y aparecieron en aproximadamente 30 segundos 32.100.000.
Al clickear sobre el primer link de búsqueda, aparecieron diferentes frases como “Tú nunca estás sólo, siempre te va a acompañar la soledad”, “El día que más lo quise, me dejó”, “A veces le tenemos miedo a la soledad porque estando con ellas suele hablarnos de lo que por comodísimo nos evadimos en nuestra vida” y “Cada noche lloro pensando en ti desde que me dejaste en esta oscura soledad”, todas alusivas al mismo tema.
Realmente son tan tristes estas frases, que me deprimí al seguir leyendo. Si bien es cierto que a veces es bueno estar solo, nada mejor que disfrutar de un buen trago, una fiesta o simplemente un momento especial junto a tus familiares y amigos, por lo que concluyo que vivir en la soledad es una de las peores cosas que a alguien le puede pasar. Por muy difícil que sea cualquier situación, si estás bien acompañado todo te saldrá de la mejor manera posible. 

Exageración navideña

(Foto: Zole Fernández)
*** Una de las cosas más emblemáticas de la ciudad de Nueva York, es su blanca y linda navidad, la cual para muchos neoyorquinos y extranjeros es la época más esperada del año, aunque no todos la esperan con la misma emoción. 
Me dirigía a la ciudad de Nueva York en un vuelo desde Venezuela con escala en Atlanta, iba sentada en una butaca en medio de  dos personas totalmente diferentes y que por su aspecto físico, para mí, eran íconos de la cultura estadounidense. A mi lado izquierdo estaba una mujer de piel oscura, de grandes dimensiones y labios gruesos, además usaba una peluca. A mi lado derecho, iba una mujer delgada y de rasgos finos, con cabello rubio, elegantemente vestida y escuchando música con su Ipod plateado. Ambas, tal cual como las gringas de las películas de Hollywood, aunque cada una en su estilo.
Al estar cerca de la ciudad, el avión iba descendiendo gradualmente para hacer su aterrizaje, el piloto anunció que usáramos de nuevo el cinturón de seguridad, cosa que dijo en inglés por lo que no entendí. Por una parte el piloto hablaba como si estuviera resfriado y por otra yo no dominaba mucho el idioma, deduje la información por las lucecitas de señalización dentro del avión que se encendieron justo después de aquellas enredadas palabras.
En mi intento por ver las luces neoyorquinas por la ventana del avión, y digo intento porque justo al lado estaba la mujer de grandes dimensiones, pude divisar desde arriba la gran cantidad de luces que iluminan la ciudad de Nueva York, fue allí cuando realmente entendí que la ciudad siempre estaba encendida y que por eso la llamaban la ciudad que nunca duerme. Era impresionante, después de venir de Venezuela donde los cortes de luz se hacen a diario, ver que todo estaba perfectamente alumbrado.
Era época navideña, aterrizamos en el aeropuerto nacional La Guardia porque hice escala en Atlanta con el fin de tomar un avión que nos llevara a La Gran Manzana, era la política de la aerolínea en la que viajaba, todos los vuelos de Delta Airlines hacen escala en su sede, Atlanta. Al salir del aeropuerto me invadía el frío otoñal que reinaba en el ambiente, estábamos más o menos a cuatro o cinco grados de temperatura, lo cual era muy poco cálido para una persona que vive en un país tropical donde abundan los días calurosos.
Las manos las tenía casi moradas del frío, la nariz roja porque además tenía puesta una bufanda tejida que me dio una alergia terrible. Pese a todo esto, estaba muy feliz por haber llegado a mi destino, tomé un taxi amarillo, típico de la ciudad y el taxista al verme, con cara de impresión me preguntó ¿tienes frío?, por su gestualidad entendí que para ellos eso era lo que para los venezolanos es “un fresquito”. Mientras iba dentro del taxi observaba todo con detenimiento, como para no olvidar ningún detalle.
Inició la navidad
Me bajé del taxi en Manhattan, en la calle treinta y nueve entre la Lexington y la Tercera avenida, justo frente al hotel Murray Hill East, donde me hospedaría. En la puerta había una gran corona navideña hecha con una especie de pasto artificial, tenía lucecitas amarillas e inmensas bolas plateadas y blancas, al igual que los pequeños arbustos que decoraban la entrada. Entré al lugar con una maleta prácticamente vacía y con el firme propósito de devolverme con la misma maleta pero repleta de cosas nuevas para mí y para mi familia.
Me registré y subí a mi habitación por uno de los ascensores del hotel, dentro de este horrible artefacto, se escuchaba una versión instrumental de “Santa Claus is coming to town”, lo cual me parecía que lejos de gustarme, hacía mi viaje por el ascensor muchísimo más molesto, pero por mi emoción no le paré demasiado al asunto. Acomodé lo poco que traía, me bañé, me cambié de ropa y decidí salir a dar un recorrido por la ciudad.
Llegó el taxi que me habían pedido desde la recepción, aspiré lo poco que me quedaba de un cigarro que me fumaba en las afueras del hotel, me monté en el taxi y le pedí que me llevara a Macy’s, la tienda por departamentos más grande de toda Nueva York. Una vez más la musiquita navideña que se escuchaba dentro del carro molestaba mis oídos, pero aún no era momento de estresarse por ello. En el camino vi la promoción de diversos shows navideños en la pantallita para turistas que estaba dentro del taxi.
Era 27 de noviembre de 2009, justo el día del famoso Viernes Negro de Estados Unidos, además de ser el día después de la celebración de Acción de Gracias, cuando todas las tiendas de la ciudad estrenan vitrinas navideñas. Le pagué al taxista la carrera y me bajé en una calle muy cerca de la tienda, miré hacia el frente y era como si toda la población de Venezuela viniera caminando por una sola calle, en ese momento pensé  “si no camino rápido, me caminan” por lo que decidí apurarme para entrar a Macy’s.
Musiquita que aturde
Al entrar, era como si otro mundo estuviera tras esas puertas, escaleras por aquí, ropa por allá, vendedores como hormigas paseándose por todas partes y los que promocionaban perfumes me tenían mal, ya todo me olía igual de tantas muestras que me dieron, además se me revolvió el estómago por eso. Caminé esquivando a los niños que corrían y a las mujeres cargadas de cosas, todo esto me tenía incómoda, pero no fue sino hasta escuchar la horrorosa musiquita navideña que todo empeoró.


El coro de la canción We wish you a merry christmas no dejaba de sonar y sonar, luego volví a escuchar Santa Claus is coming to town, pusieron Jingle Bell Rock, Jingle Bells, Rudolph the red nosed reindeer y White christmas, para terminar escuchando, por alguna extraña razón, la versión de Feliz Navidad de José Feliciano. Días después pude comprobar que eran las canciones más populares, por lo menos en las tiendas, calles, hoteles, ascensores, cafés, restaurantes y baños de Manhattan en la época navideña.

Harta por los villancicos me propuse caminar por Macy’s para lograr mi propósito, subí piso por piso hasta llegar al sexto y sinceramente nada me pareció la ganga del año. Compré sólo algunas cosas y salí a caminar por las calles de Nueva York. Caminando pude ver cosas como la cara de aburrimiento que tenían las personas a las que contrataban para promocionar tiendas o productos en las aceras, me causaba risa verlos disfrazados y con campanitas gritándole a la gente, que poco les hacían caso, que visitaran tal o cual tienda.

            Los edificios estaban forrados de luces, las tiendas parecían competir por el premio de la mejor vitrina navideña, árboles por doquier decorados con bolas y cintas, promociones hasta en las tiendas menos visitadas, las marcas más conocidas sacaron sus ediciones especiales, personas desesperadas en la búsqueda del regalo perfecto, millones de tarjetas de regalos, todo esto lo pude observar caminando por Manhattan un día de navidad.

Ya en la noche, comí en el primer restaurante que encontré, tomé un taxi y corrí con la suerte que era dominicano por lo que hablaba español y me dijo lo agotada que me veía, pude descargar con él toda mi irritación por la abundancia de navidad y por la musiquita que ponían en todos los lugares que visité. Llegué al hotel a descansar y relajarme, pero lo peor de todo es que la navidad aún no empezaba de forma oficial, sería con el encendido del árbol en Rockefeller Center el viernes siguiente, y sinceramente no me quiero imaginar lo fastidioso que será la navidad neoyorquina después de ese día.