jueves, 23 de septiembre de 2010

Exageración navideña

(Foto: Zole Fernández)
*** Una de las cosas más emblemáticas de la ciudad de Nueva York, es su blanca y linda navidad, la cual para muchos neoyorquinos y extranjeros es la época más esperada del año, aunque no todos la esperan con la misma emoción. 
Me dirigía a la ciudad de Nueva York en un vuelo desde Venezuela con escala en Atlanta, iba sentada en una butaca en medio de  dos personas totalmente diferentes y que por su aspecto físico, para mí, eran íconos de la cultura estadounidense. A mi lado izquierdo estaba una mujer de piel oscura, de grandes dimensiones y labios gruesos, además usaba una peluca. A mi lado derecho, iba una mujer delgada y de rasgos finos, con cabello rubio, elegantemente vestida y escuchando música con su Ipod plateado. Ambas, tal cual como las gringas de las películas de Hollywood, aunque cada una en su estilo.
Al estar cerca de la ciudad, el avión iba descendiendo gradualmente para hacer su aterrizaje, el piloto anunció que usáramos de nuevo el cinturón de seguridad, cosa que dijo en inglés por lo que no entendí. Por una parte el piloto hablaba como si estuviera resfriado y por otra yo no dominaba mucho el idioma, deduje la información por las lucecitas de señalización dentro del avión que se encendieron justo después de aquellas enredadas palabras.
En mi intento por ver las luces neoyorquinas por la ventana del avión, y digo intento porque justo al lado estaba la mujer de grandes dimensiones, pude divisar desde arriba la gran cantidad de luces que iluminan la ciudad de Nueva York, fue allí cuando realmente entendí que la ciudad siempre estaba encendida y que por eso la llamaban la ciudad que nunca duerme. Era impresionante, después de venir de Venezuela donde los cortes de luz se hacen a diario, ver que todo estaba perfectamente alumbrado.
Era época navideña, aterrizamos en el aeropuerto nacional La Guardia porque hice escala en Atlanta con el fin de tomar un avión que nos llevara a La Gran Manzana, era la política de la aerolínea en la que viajaba, todos los vuelos de Delta Airlines hacen escala en su sede, Atlanta. Al salir del aeropuerto me invadía el frío otoñal que reinaba en el ambiente, estábamos más o menos a cuatro o cinco grados de temperatura, lo cual era muy poco cálido para una persona que vive en un país tropical donde abundan los días calurosos.
Las manos las tenía casi moradas del frío, la nariz roja porque además tenía puesta una bufanda tejida que me dio una alergia terrible. Pese a todo esto, estaba muy feliz por haber llegado a mi destino, tomé un taxi amarillo, típico de la ciudad y el taxista al verme, con cara de impresión me preguntó ¿tienes frío?, por su gestualidad entendí que para ellos eso era lo que para los venezolanos es “un fresquito”. Mientras iba dentro del taxi observaba todo con detenimiento, como para no olvidar ningún detalle.
Inició la navidad
Me bajé del taxi en Manhattan, en la calle treinta y nueve entre la Lexington y la Tercera avenida, justo frente al hotel Murray Hill East, donde me hospedaría. En la puerta había una gran corona navideña hecha con una especie de pasto artificial, tenía lucecitas amarillas e inmensas bolas plateadas y blancas, al igual que los pequeños arbustos que decoraban la entrada. Entré al lugar con una maleta prácticamente vacía y con el firme propósito de devolverme con la misma maleta pero repleta de cosas nuevas para mí y para mi familia.
Me registré y subí a mi habitación por uno de los ascensores del hotel, dentro de este horrible artefacto, se escuchaba una versión instrumental de “Santa Claus is coming to town”, lo cual me parecía que lejos de gustarme, hacía mi viaje por el ascensor muchísimo más molesto, pero por mi emoción no le paré demasiado al asunto. Acomodé lo poco que traía, me bañé, me cambié de ropa y decidí salir a dar un recorrido por la ciudad.
Llegó el taxi que me habían pedido desde la recepción, aspiré lo poco que me quedaba de un cigarro que me fumaba en las afueras del hotel, me monté en el taxi y le pedí que me llevara a Macy’s, la tienda por departamentos más grande de toda Nueva York. Una vez más la musiquita navideña que se escuchaba dentro del carro molestaba mis oídos, pero aún no era momento de estresarse por ello. En el camino vi la promoción de diversos shows navideños en la pantallita para turistas que estaba dentro del taxi.
Era 27 de noviembre de 2009, justo el día del famoso Viernes Negro de Estados Unidos, además de ser el día después de la celebración de Acción de Gracias, cuando todas las tiendas de la ciudad estrenan vitrinas navideñas. Le pagué al taxista la carrera y me bajé en una calle muy cerca de la tienda, miré hacia el frente y era como si toda la población de Venezuela viniera caminando por una sola calle, en ese momento pensé  “si no camino rápido, me caminan” por lo que decidí apurarme para entrar a Macy’s.
Musiquita que aturde
Al entrar, era como si otro mundo estuviera tras esas puertas, escaleras por aquí, ropa por allá, vendedores como hormigas paseándose por todas partes y los que promocionaban perfumes me tenían mal, ya todo me olía igual de tantas muestras que me dieron, además se me revolvió el estómago por eso. Caminé esquivando a los niños que corrían y a las mujeres cargadas de cosas, todo esto me tenía incómoda, pero no fue sino hasta escuchar la horrorosa musiquita navideña que todo empeoró.


El coro de la canción We wish you a merry christmas no dejaba de sonar y sonar, luego volví a escuchar Santa Claus is coming to town, pusieron Jingle Bell Rock, Jingle Bells, Rudolph the red nosed reindeer y White christmas, para terminar escuchando, por alguna extraña razón, la versión de Feliz Navidad de José Feliciano. Días después pude comprobar que eran las canciones más populares, por lo menos en las tiendas, calles, hoteles, ascensores, cafés, restaurantes y baños de Manhattan en la época navideña.

Harta por los villancicos me propuse caminar por Macy’s para lograr mi propósito, subí piso por piso hasta llegar al sexto y sinceramente nada me pareció la ganga del año. Compré sólo algunas cosas y salí a caminar por las calles de Nueva York. Caminando pude ver cosas como la cara de aburrimiento que tenían las personas a las que contrataban para promocionar tiendas o productos en las aceras, me causaba risa verlos disfrazados y con campanitas gritándole a la gente, que poco les hacían caso, que visitaran tal o cual tienda.

            Los edificios estaban forrados de luces, las tiendas parecían competir por el premio de la mejor vitrina navideña, árboles por doquier decorados con bolas y cintas, promociones hasta en las tiendas menos visitadas, las marcas más conocidas sacaron sus ediciones especiales, personas desesperadas en la búsqueda del regalo perfecto, millones de tarjetas de regalos, todo esto lo pude observar caminando por Manhattan un día de navidad.

Ya en la noche, comí en el primer restaurante que encontré, tomé un taxi y corrí con la suerte que era dominicano por lo que hablaba español y me dijo lo agotada que me veía, pude descargar con él toda mi irritación por la abundancia de navidad y por la musiquita que ponían en todos los lugares que visité. Llegué al hotel a descansar y relajarme, pero lo peor de todo es que la navidad aún no empezaba de forma oficial, sería con el encendido del árbol en Rockefeller Center el viernes siguiente, y sinceramente no me quiero imaginar lo fastidioso que será la navidad neoyorquina después de ese día. 

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